Una historia relata que los mexicas viajaron desde Aztlán, actualmente Nayarit, buscando la señal que Huitzilopochtli les había dado para establecerse y fundar su imperio con su centro: Tenochtitlán.
Esa señal que Huitzilopochtli les había dado era el águila y la serpiente “un águila posada sobre un nopal y desgarrando a una serpiente”, la hallaron en el Valle de México, a las orillas del lago de Anáhuac, sobre un islote.
El escudo nacional presento la señal de Huitzilopochtli: el águila, de perfil izquierdo, erguida y posada sobre un nopal, apoyada sobre su pata izquierda, con la pata derecha y con el pico sostiene un serpiente de cascabel, que representaba para los indígenas la renovación de la vida.
El islote presenta un listón con franjas de colores:
Verde: esperanza y victoria
Blanco: pureza de ideales
Rojo: sangre derramada por los héroes de la Patria.
Sobre el islote hay un nopal con tunas rojas, símbolo del corazón de los hombres para los aztecas.
Una guirnalda tiene un encino que simboliza la fuerza, del lado izquierdo y del lado derecho presenta el laurel de la victoria.
lunes, 30 de abril de 2012
MITO 2 - El Callejón de la Condesa, Pag: 70
La Casa de los Azulejos, ahora mejor conocida como el Sanborn's de los Azulejos, tiene una fachada que da al Callejón de la Condesa. Su nombre se debe a que por ahí salían los carruajes de la Condesa del Valle, y ese callejón, llamado de Dolores, con el tiempo y hasta nuestros días se le conoció como el Callejón de la Condesa.
Sólo a través de los siglos y en aras de la tradición, ha llegado hasta nuestros oídos una curiosa anécdota, referente al Callejón de la Condesa, que tomó su nombre de alguna de las del Valle. Cuentan las consejas que cierta vez entraron por los extremos del callejón, dos hidalgos, cada uno en su coche y que por lo estrecho de la vía se encontraron frente a frente sin que ninguno quisiera retroceder, alegando que su nobleza se rebajaría si cualquiera de los dos tomara la retaguardia.
Por fortuna, como asienta un grave autor, la sangre no llegó al arroyo ni mucho menos, ni si quiera hirvió en las venas de los dos Quijotes; pero a falta de cuchilladas salió paciencia a los hidalgos quienes estuvieron en sus coches tres días de claro en claro y tres noches de turbio en turbio. De no intervenir la autoridad, de seguro se momifican los hidalgos; el Virrey previno, pues, que los dos coches retrocedieran hasta salir, uno hacia la calle de San Andrés, y otro hasta la Plazuela de Guardiola.
MITO 1 - Leyenda del Popo y el Itza, Pag: 70
Para nuestros ancestros, los antiguos mexicanos que
habitaron en la cuenca lacustre del altiplano central, el culto a los poderes
de la naturaleza, expresados en el aire, la lluvia y por supuesto, el fuego,
gozaba de capital importancia.
Sin duda, una de las mayores preocupaciones que tuvieron los
mexicas, fue el mantener en constante satisfacción a su dios principal
Huitzilopochtli, capturando decenas de guerreros enemigos para después
sacrificarlos en lo alto del llamado Templo Mayor de Tenochtlitlan, ofrendando
así su sangre o, de ser necesario, entregando su vida misma en el campo de
batalla para con ello, poder acompañar al astro rey durante su trayecto del
oriente al cenit, justo en el punto donde se desarrolla la máxima expresión solar
del día.
Según las antiguas tradiciones indígenas que fueron
rescatadas en los textos de los frailes y religiosos del siglo XVI, podemos
advertir una hermosa leyenda de amor entre dos jóvenes mexicanos,
personificados como el Popo y el Izta, quienes fueron inmortalizados en la
imagen de los enormes volcanes: En algún tiempo, un joven guerrero mexicano se
enamoró de una doncella a la cual juró su amor por la eternidad.
Como todo buen hombre de su época, el valiente guerrero
Popocatépetl tuvo que partir al campo de batalla; a su regreso, al intentar
reencontrarse con su amada, se encontró con que ésta, había muerto
trágicamente; al enterarse, prefirió entregarse a su sufrimiento y obedeciendo
a su juramento, decidió acompañarla por el resto de la vida.
Con el paso de los años, pero sobre todo, con el paso
continuo del tiempo, ambos jóvenes fueron cubiertos por las formaciones y los
caprichos que la madre tierra crea sobre la faz de la tierra. Fue de esta
manera que la joven pareja quedo formalmente unida bajo la tutela de los
dioses.
Y ahora ellos, uno cerca del otro, como eterno enamorado, se
cortejan conformando el marco perfecto para coronar a la gran ciudad de México…
Fin
CUENTO, Pag: 61
El
Ángel y El Hada
Era una vez un reino llamado Mar Azul, estaba en una gran isla rodeada de
un mar casi inexplicable, su belleza era inigualable, los delfines danzaban por
la mañana y por la tarde los bancos de peces saltaban formando pequeños arco
iris.
En sus bosques las hadas iluminaban sus senderos llenando de magia todo lo
que a su paso estuviera. Mar Azul estaba gobernado por un rey cuya bondad,
sabiduría, dedicación y amor era infinito.
La gente de su reino vivía muy feliz, excepto una sola persona, el hijo del
rey, aunque el rey y su pueblo le daban todo para que sea feliz, el príncipe no
lo era. Se decía que se lo veía caminar todas las mañanas por las playas y se
sentaba en la costa a admirar aquellos delfines y su hermoso mar, nunca se
desprendía una sonrisa en su rostro, en sus ojos se veía su tristeza, en sus
gestos se notaba su dolor.
Una mañana en medio del mar el príncipe vio una embarcación que se
acercaba, lentamente se divisaba como crecía en el horizonte. Pronto corrió a
avisar a su padre de lo que pasaba.
EL pueblo, el rey y el príncipe se dirigieron hacia la costa para recibir a
esta embarcación. Pronto ancló en su costa y un bote que a la lejanía era
abordado, se dirigió velozmente hacia la costa. Todos estaban ansiosos de
curiosidad, en es momento los ojos del príncipe cambiaron brutalmente, tomaron
un brillo hermoso.
Había visto a una dama en medio de los demás tripulantes en ese bote, era
una mujer verdaderamente hermosa, sus ojos eran como dos esmeraldas, sus
cabellos suaves al viento le hicieron sentir al príncipe una sensación casi
inexplicable, una sensación que jamás había sentido.
Pronto recibieron a los extranjeros, estaban de paso en busca de
provisiones, ya que tenían un muy largo viaje a un continente, cual su nombre
jamás recordaría. Los extranjeros se hospedaron en el castillo, la alegría del
príncipe pronto se reconoció entre los sirvientes y el rey pronto organizó una
fiesta muy especial y se lo comunicó a su hijo. Quizás esa fiesta sería la más
grande que se organizara en su reino. Esa noche todos los habitantes de Mar
Azul se acercaron, estaban todos invitados, las hadas salieron de sus bosques
para ver la gran ocasión, las estrellas brillaban como nunca, la luna daba su
hermoso esplendor sobre las colinas de aquel castillo, en sus jardines las
luciérnagas no dejaban de resplandecer.
Llegó el momento del gran banquete, ahí estaba el príncipe con su traje
real cuyos bordados estaban hechos de oro y plata. La dama vestía con un
hermoso vestido bordado con perlas. Dicen que el príncipe y la dama no
quisieron comer nada, solo estaban observándose y llegó la hora del baile real.
El príncipe se acercó suavemente y galantemente invito a la dama a bailar,
ella aceptó ya que estaba más impaciente que aquel príncipe. Bailaron toda la
noche, en momentos parecían que ellos estaban solos y sus corazones latían
juntos, solo la dama y el príncipe unidos en aquel baile. Salieron al patio
real y en medio de aquella noche inolvidable sus miradas se cruzaron y existió
solo ese momento, los corazones se pararon, en su mirada sus almas se unieron,
y de los labios de aquella dama salieron las palabras más dulces que nunca el
príncipe había escuchado, las hadas que presenciaron el momento supieron que
aquellas palabras eran un poema, el príncipe sintió un calor gigante como una
llama en su corazón y la abrazó fuertemente y la besó, sus almas brillaban más
que nunca.
Había nacido el amor. Al amanecer seguían juntos no podían separarse, el
príncipe le mostraba la belleza de su reino, pero a pesar de todo, él sabía que
ella debía partir junto con aquellos extranjeros. Surgió el momento de la
partida, él no quería dejar a su amada, aunque le dejo libre su camino, pocas
fueron sus palabras, solo dijo que la amaba y cuando el príncipe cerró sus ojos,
se escuchó una voz dulce que le decía:
Me quedaré por siempre, quisiera vivir a tu lado toda mi vida!!!. El
príncipe sintió el amor, el rey sabía que la vida de su hijo había cambiado y
su pueblo era muy feliz, que todo cambiaría en Mar Azul, ahora todos eran
felices.
Ellos vivían todos los momentos juntos, le daba todo lo que tenía y ella no
lo dejaba de sorprender con sus poemas, paseaban por los bosques todos lo días,
las hadas los observaban y sentían su amor, tanto que la magia de aquel bosque
era grandiosa.
Pero un día el rey enfermó y el príncipe tubo que ocuparse de las tareas
reales, aunque el sabía hacerlas bien, no tenía el tiempo que tenía antes para
estar con su amada. Su amada caminaba sola por los bosques y playas, esperando
ver a su príncipe que la pasaba metido en el castillo. A pesar de las bellezas
de ese reino la felicidad se estaba apagando en el corazón en ella , pero el la
amaba y sufría el tiempo que no estaba con su amada.
Esa noche el príncipe organizó un banquete en honor a aquel rey, y notó en
la mirada de su amada que no le prestaba atención, la mirada de ella pertenecía
ahora a aquel
Biografia Edgar Allan Poe, Pag: 61
(Boston, EE UU, 1809-Baltimore, id., 1849) Poeta, cuentista
y crítico estadounidense. Sus padres, actores de teatro itinerantes, murieron
cuando él era todavía un niño. Edgar Allan Poe fue educado por John Allan, un
acaudalado hombre de negocios de Richmond, y de 1815 a 1820 vivió con éste y su
esposa en el Reino Unido, donde comenzó su educación.
Después de regresar a Estados Unidos, Edgar Allan Poe siguió
estudiando en centros privados y asistió a la Universidad de Virginia, pero en
1827 su afición al juego y a la bebida le acarreó la expulsión. Abandonó poco
después el puesto de empleado que le había asignado su padre adoptivo, y viajó
a Boston, donde publicó anónimamente su primer libro, Tamerlán y otros poemas
(Tamerlane and Other Poems, 1827).
Se alistó luego en el ejército, en el que permaneció dos
años. En 1829 apareció su segundo libro de poemas, Al Aaraf, y obtuvo, por
influencia de su padre adoptivo, un cargo en la Academia Militar de West Point,
de la que a los pocos meses fue expulsado por negligencia en el cumplimiento
del deber.
En 1832, y después de la publicación de su tercer libro,
Poemas (Poems by Edgar Allan Poe, 1831), se desplazó a Baltimore, donde
contrajo matrimonio con su jovencísima prima Virginia Clem, que contaba sólo
catorce años de edad. Por esta época entró como redactor en el periódico
Southern Baltimore Messenger, y más tarde en varias revistas en Filadelfia y
Nueva York, ciudad en la que se había instalado con su esposa en 1837.
Edgar Allan Poe
Su labor como crítico literario incisivo y a menudo
escandaloso le granjeó cierta notoriedad, y sus originales apreciaciones acerca
del cuento y de la naturaleza de la poesía no dejarían de ganar influencia con
el tiempo. La larga enfermedad de su esposa convirtió su matrimonio en una
experiencia amarga; cuando ella murió, en 1847, se agravó su tendencia al
alcoholismo y al consumo de drogas, según testimonio de sus contemporáneos.
Ambas fueron, con toda probabilidad, la causa de su muerte.
La obra de Edgar Allan Poe
Según Poe, la máxima expresión literaria era la poesía, y a
ella dedicó sus mayores esfuerzos. Es justamente célebre su extenso poema El
cuervo (The Raven, 1845), donde su dominio del ritmo y la sonoridad del verso
llegan a su máxima expresión. Las campanas (The Bells, 1849), que evoca
constantemente sonidos metálicos, Ulalume (1831) y Annabel Lee (1849)
manifiestan idéntico virtuosismo.
Pero la genialidad y la originalidad de Edgar Allan Poe
encuentran quizás su mejor expresión en los cuentos, que, según sus propias
apreciaciones críticas, son la segunda forma literaria, pues permiten una
lectura sin interrupciones, y por tanto la unidad de efecto que resulta
imposible en la novela.
Publicados bajo el título Cuentos de lo grotesco y de lo
arabesco (Tales of the Grotesque and Arabesque, 1840), aunque hubo nuevas
recopilaciones de narraciones suyas en 1843 y 1845, la mayoría se desarrolla en
un ambiente gótico y siniestro, plagado de intervenciones sobrenaturales, y en
muchos casos preludian la literatura moderna de terror; buen ejemplo de ello es
La caída de la casa Usher (The Fall of the House of Usher).
Su cuento Los crímenes de la calle Morgue (The Murders in
the Rue Morgue) se ha considerado, con toda razón, como el fundador del género
de la novela de misterio y detectivesca. Destaca también su única novela Las
aventuras de Arthur Gordon Pym (The Narrative of Arthur Gordon Pym), de crudo
realismo y en la que reaparecen numerosos elementos de sus cuentos. La obra de
Poe influyó notablemente en los simbolistas franceses, en especial en Charles
Baudelaire, quien lo dio a conocer en Europa.
El Demonio De La Perversidad - Edgar Allan Poe, Pag: 61
El Demonio De La Perversidad
En la
consideración de las facultades e impulsos de los prima mobilia del alma humana
los frenólogos han olvidado una tendencia que, aunque evidentemente existe como
un sentimiento radical, primitivo, irreductible, los moralistas que los
precedieron también habían pasado por alto. Con la perfecta arrogancia de la
razón, todos la hemos pasado por alto. Hemos permitido que su existencia
escapara a nuestro conocimiento tan sólo por falta de creencia, de fe, sea fe
en la Revelación o fe en la Cábala. Nunca se nos ha ocurrido pensar en ella,
simplemente por su gratuidad. No creímos que esa tendencia tuviera necesidad de
un impulso. No podíamos percibir su necesidad. No podíamos entender, es decir,
aunque la noción de este primum mobile se hubiese introducido por sí misma, no
podíamos entender de qué modo era capaz de actuar para mover las cosas humanas,
ya temporales, ya eternas. No es posible negar que la frenología, y en gran
medida toda la metafísica, han sido elaboradas a priori. El metafísico y el
lógico, más que el hombre que piensa o el que observa, se ponen a imaginar
designios de Dios, a dictarle propósitos. Habiendo sondeado de esta manera, a
gusto, las intenciones de Jehová, construyen sobre estas intenciones sus
innumerables sistemas mentales. En materia de frenología, por ejemplo, hemos
determinado, primero (por lo demás era bastante natural hacerlo), que entre los
designios de la Divinidad se contaba el de que el hombre comiera. Asignamos,
pues, a éste un órgano de la alimentividad para alimentarse, y este órgano es
el acicate con el cual la Deidad fuerza al hombre, quieras que no, a comer. En
segundo lugar, habiendo decidido que la voluntad de Dios quiere que el hombre
propague la especie, descubrimos inmediatamente un órgano de la amatividad. Y
lo mismo hicimos con la combatividad, la idealidad, la casualidad, la
constructividad, en una palabra, con todos los órganos que representaran una
tendencia, un sentimiento moral o una facultad del puro intelecto. Y en este
ordenamiento de los principios de la acción humana, los spurzheimistas, con
razón o sin ella, en parte o en su totalidad, no han hecho sino seguir en
principio los pasos de sus predecesores, deduciendo y estableciendo cada cosa a
partir del destino preconcebido del hombre y tomando como fundamento los
propósitos de su Creador.
Hubiera sido
más prudente, hubiera sido más seguro fundar nuestra clasificación (puesto que
debemos hacerla) en lo que el hombre habitual u ocasionalmente hace, y en lo
que siempre hace ocasionalmente, en cambio de fundarla en la hipótesis de lo
que Dios pretende obligarle a hacer. Si no podemos comprender a Dios en sus
obras visibles, ¿cómo lo comprenderíamos en los inconcebibles pensamientos que
dan vida a sus obras? Si no podemos entenderlo en sus criaturas objetivas,
¿cómo hemos de comprenderlo en sus tendencias esenciales y en las fases de la
creación?
La inducción
a posteriori hubiera llevado a la frenología a admitir, como principio innato y
primitivo de la acción humana, algo paradójico que podemos llamar perversidad a
falta de un término más característico. En el sentido que le doy es, en
realidad, un móvil sin motivo, un motivo no motivado. Bajo sus incitaciones
actuamos sin objeto comprensible, o, si esto se considera una contradicción en
los términos, podemos llegar a modificar la proposición y decir que bajo sus
incitaciones actuamos por la razón de que no deberíamos actuar. En teoría
ninguna razón puede ser más irrazonable; pero, de hecho, no hay ninguna más
fuerte. Para ciertos espíritus, en ciertas condiciones llega a ser
absolutamente irresistible. Tan seguro como que respiro sé que en la seguridad
de la equivocación o el error de una acción cualquiera reside con frecuencia la
fuerza irresistible, la única que nos impele a su prosecución. Esta invencible
tendencia a hacer el mal por el mal mismo no admitirá análisis o resolución en
ulteriores elementos. Es un impulso radical, primitivo, elemental. Se dirá, lo
sé, que cuando persistimos en nuestros actos porque sabemos que no deberíamos
hacerlo, nuestra conducta no es sino una modificación de la que comúnmente
provoca la combatividad de la frenología. Pero una mirada mostrará la falacia
de esta idea. La combatividad, a la cual se refiere la frenología, tiene por
esencia la necesidad de autodefensa. Es nuestra salvaguardia contra todo daño.
Su principio concierne a nuestro bienestar, y así el deseo de estar bien es
excitado al mismo tiempo que su desarrollo. Se sigue que el deseo de estar bien
debe ser excitado al mismo tiempo por algún principio que será una simple
modificación de la combatividad, pero en el caso de esto que llamamos
perversidad el deseo de estar bien no sólo no se manifiesta, sino que existe un
sentimiento fuertemente antagónico.
Si se apela
al propio corazón, se hallará, después de todo, la mejor réplica a la
sofistería que acaba de señalarse. Nadie que consulte con sinceridad su alma y
la someta a todas las preguntas estará dispuesto a negar que esa tendencia es
absolutamente radical. No es más incomprensible que característica. No hay
hombre viviente a quien en algún período no lo haya atormentado, por ejemplo,
un vehemente deseo de torturar a su interlocutor con circunloquios. El que
habla advierte el desagrado que causa; tiene toda la intención de agradar; por
lo demás, es breve, preciso y claro; el lenguaje más lacónico y más luminoso
lucha por brotar de su boca; sólo con dificultad refrena su curso; teme y
lamenta la cólera de aquel a quien se dirige; sin embargo, se le ocurre la idea
de que puede engendrar esa cólera con ciertos incisos y ciertos paréntesis.
Este solo pensamiento es suficiente. El impulso crece hasta el deseo, el deseo
hasta el anhelo, el anhelo hasta un ansia incontrolable y el ansia (con gran
pesar y mortificación del que habla y desafiando todas las consecuencias) es
consentida.
Tenemos ante
nosotros una tarea que debe ser cumplida velozmente. Sabemos que la demora será
ruinosa. La crisis más importante de nuestra vida exige, a grandes voces,
energía y acción inmediatas. Ardemos, nos consumimos de ansiedad por comenzar
la tarea, y en la anticipación de su magnífico resultado nuestra alma se
enardece. Debe, tiene que ser emprendida hoy y, sin embargo, la dejamos para
mañana; y ¿por qué? No hay respuesta, salvo que sentimos esa actitud perversa,
usando la palabra sin comprensión del principio. El día siguiente llega, y con
él una ansiedad más impaciente por cumplir con nuestro deber, pero con este
verdadero aumento de ansiedad llega también un indecible anhelo de postergación
realmente espantosa por lo insondable. Este anhelo cobra fuerzas a medida que
pasa el tiempo. La última hora para la acción está al alcance de nuestra mano.
Nos estremece la violencia del conflicto interior, de lo definido con lo
indefinido, de la sustancia con la sombra. Pero si la contienda ha llegado tan
lejos, la sombra es la que vence, luchamos en vano. Suena la hora y doblan a
muerto por nuestra felicidad. Al mismo tiempo es el canto del gallo para el
fantasma que nos había atemorizado. Vuela, desaparece, somos libres. La antigua
energía retorna. Trabajaremos ahora. ¡Ay, es demasiado tarde!
Estamos al
borde de un precipicio. Miramos el abismo, sentimos malestar y vértigo. Nuestro
primer impulso es retroceder ante el peligro. Inexplicablemente, nos quedamos.
En lenta graduación, nuestro malestar y nuestro vértigo se confunden en una
nube de sentimientos inefables. Por grados aún más imperceptibles esta nube
cobra forma, como el vapor de la botella de donde surgió el genio en Las mil y
una noches. Pero en esa nube nuestra al borde del precipicio, adquiere
consistencia una forma mucho más terrible que cualquier genio o demonio de
leyenda, y, sin embargo, es sólo un pensamiento, aunque temible, de esos que
hielan hasta la médula de los huesos con la feroz delicia de su horror. Es simplemente
la idea de lo que serían nuestras sensaciones durante la veloz caída desde
semejante altura. Y esta caída, esta fulminante aniquilación, por la simple
razón de que implica la más espantosa y la más abominable entre las más
espantosas y abominables imágenes de la muerte y el sufrimiento que jamás se
hayan presentado a nuestra imaginación, por esta simple razón la deseamos con
más fuerza. Y porque nuestra razón nos aparta violentamente del abismo, por eso
nos acercamos a él con más ímpetu. No hay en la naturaleza pasión de una
impaciencia tan demoniaca como la del que, estremecido al borde de un
precipicio, piensa arrojarse en él. Aceptar por un instante cualquier atisbo de
pensamiento significa la perdición inevitable, pues la reflexión no hace sino
apremiarnos para que no lo hagamos, y justamente por eso, digo, no podemos
hacerlo. Si no hay allí un brazo amigo que nos detenga, o si fallamos en el
súbito esfuerzo de echarnos atrás, nos arrojamos, nos destruimos.
Examinemos
estas acciones y otras similares: encontraremos que resultan sólo del espíritu
de perversidad. Las perpetramos simplemente porque sentimos que no deberíamos
hacerlo. Más acá o más allá de esto no hay principio inteligible, y podríamos
en verdad considerar su perversidad como una instigación directa del demonio si
no supiéramos que a veces actúa en fomento del bien.
He hablado
tanto que en cierta medida puedo responder a vuestra pregunta, puedo explicaros
por qué estoy aquí, puedo mostraros algo que tendrá por lo menos una débil apariencia
de justificación de estos grillos y esta celda de condenado que ocupo. Si no
hubiera sido tan prolijo, o no me hubierais comprendido, o, como la chusma, me
hubierais considerado loco. Ahora advertiréis fácilmente que soy una de las
innumerables víctimas del demonio de la perversidad.
Es imposible
que acción alguna haya sido preparada con más perfecta deliberación. Semanas,
meses enteros medité en los medios del asesinato. Rechacé mil planes porque su
realización implicaba una chance de ser descubierto. Por fin, leyendo algunas
memorias francesas, encontré el relato de una enfermedad casi fatal sobrevenida
a madame Pilau por obra de una vela accidentalmente envenenada. La idea
impresionó de inmediato mi imaginación. Sabía que mi víctima tenía la costumbre
de leer en la cama. Sabía también que su habitación era pequeña y mal
ventilada. Pero no necesito fatigaros con detalles impertinentes. No necesito
describir los fáciles artificios mediante los cuales sustituí, en el candelero
de su dormitorio, la vela que allí encontré por otra de mi fabricación. A la
mañana siguiente lo hallaron muerto en su lecho, y el veredicto del coroner
fue: «Muerto por la voluntad de Dios.»
Heredé su
fortuna y todo anduvo bien durante varios años. Ni una sola vez cruzó por mi cerebro
la idea de ser descubierto. Yo mismo hice desaparecer los restos de la bujía
fatal. No dejé huella de una pista por la cual fuera posible acusarme o
siquiera hacerme sospechoso del crimen. Es inconcebible el magnífico
sentimiento de satisfacción que nacía en mi pecho cuando reflexionaba en mi
absoluta seguridad. Durante un período muy largo me acostumbré a deleitarme en
este sentimiento. Me proporcionaba un placer más real que las ventajas
simplemente materiales derivadas de mi crimen. Pero le sucedió, por fin, una
época en que el sentimiento agradable llegó, en gradación casi imperceptible, a
convertirse en una idea obsesiva, torturante. Torturante por lo obsesiva.
Apenas podía librarme de ella por momentos. Es harto común que nos fastidie el
oído, o más bien la memoria, el machacón estribillo de una canción vulgar o
algunos compases triviales de una ópera. El martirio no sería menor si la
canción en sí misma fuera buena o el aria de ópera meritoria. Así es como, al
fin, me descubría permanentemente pensando en mi seguridad y repitiendo en voz
baja la frase: «Estoy a salvo».
Un día,
mientras vagabundeaba por las calles, me sorprendí en el momento de murmurar,
casi en voz alta, las palabras acostumbradas. En un acceso de petulancia les di
esta nueva forma: «Estoy a salvo, estoy a salvo si no soy lo bastante tonto
para confesar abiertamente.»
No bien
pronuncié estas palabras, sentí que un frío de hielo penetraba hasta mi
corazón. Tenía ya alguna experiencia de estos accesos de perversidad (cuya
naturaleza he explicado no sin cierto
esfuerzo) y
recordaba que en ningún caso había resistido con éxito sus embates. Y ahora, la
casual insinuación de que podía ser lo bastante tonto para confesar el
asesinato del cual era culpable se enfrentaba conmigo como la verdadera sombra
de mi asesinado y me llamaba a la muerte.
Al principio
hice un esfuerzo para sacudir esta pesadilla de mi alma. Caminé vigorosamente,
más rápido, cada vez más rápido, para terminar corriendo. Sentía un deseo
enloquecedor de gritar con todas mis fuerzas. Cada ola sucesiva de mi
pensamiento me abrumaba de terror, pues, ay, yo sabía bien, demasiado bien, que
pensar, en mi situación, era estar perdido. Aceleré aún más el paso. Salté como
un loco por las calles atestadas. Al fin, el populacho se alarmó y me
persiguió. Sentí entonces la consumación de mi destino. Si hubiera podido
arrancarme la lengua, lo habría hecho, pero una voz ruda resonó en mis oídos,
una mano más ruda me aferró por el hombro. Me volví, abrí la boca para
respirar. Por un momento experimenté todas las angustias del ahogo: estaba
ciego, sordo, aturdido; y entonces algún demonio invisible -pensé- me golpeó
con su ancha palma en la espalda. El secreto, largo tiempo prisionero, irrumpió
de mi alma.
Dicen que
hablé con una articulación clara, pero con marcado énfasis y apasionada prisa,
como si temiera una interrupción antes de concluir las breves pero densas
frases que me entregaban al verdugo y al infierno.
Después de
relatar todo lo necesario para la plena acusación judicial, caí por tierra
desmayado.
Pero, ¿para
qué diré más? ¡Hoy tengo estas cadenas y estoy aquí! ¡Mañana estaré libre!
Pero, ¿dónde?
Argumento:
Trata de un hombre que asesina a otro con
objeto de heredar su riqueza. El crimen, así como su planificación, no están
descritos con detalle, al revés, por ejemplo, que en El corazón delator. Se sabe que el
narrador ha matado al otro hombre usando una vela que emite emanaciones
tóxicas, sorprendiendo a la víctima en su poca ventilada habitación mientras
lee en la cama. Al no quedar pruebas de ello, la muerte es atribuida a causas
naturales. La relación entre verdugo y víctima tampoco es revelada, a pesar de
recibir aquél la herencia.
El personaje permanece libre de sospechas
durante muchos años, durante los cuales se repite a sí mismo continuamente que
está a salvo. Un día, llega a decirse que seguirá a salvo a menos que sea tan
estúpido como para confesar abiertamente su crimen. En ese momento comienza a
obsesionarse con la posibilidad de confesar, hasta que, asaltado por el
"demonio de la perversidad", poco a poco va perdiendo la cabeza, echa
a correr por las calles y en un momento determinado se produce la confesión del
crimen entre la gente con una articulación clara, pero con marcado énfasis y
apasionada prisa. Rápidamente es encarcelado y condenado a muerte.
Tipo De Narrador:
Es un narrador protagonista, porque narra
todo lo que le paso en esa historia
- Personajes Reales
- Final Contundente
Como Se Hacen Los Textos Narrativos, Pág.: 54
Cuento
Los pasos para elaborar un cuento son
los siguientes:
1. La lluvia de ideas
1. La lluvia de ideas
Se tiene que
elegir el tema de un cuento, el cual puede hacer de fantasía o de un relato de
alguna anécdota de tu vida, y hasta puedes inspirarte en un relato histórico y
cambiar los detalles.
2. El
escenario y los actores
En este
lapso, es donde definiremos donde se desarrollará el cuento y quienes
participarán en él.
3. La
secuencia
Es donde
identificaremos el inicio del cuento, del nudo o problema y del desenlace o
solución del problema.
4. Elaborar
el cuento
Es el momento
en donde escribiremos el cuento, dejándonos llevar por nuestra imaginación.
5. El título
Después de
haber creado el cuento, cada uno es libre de poner un título, el cual concuerde
con el tema del cuento.
Leyenda
Los pasos son los
siguientes:
1. Primeramente tenéis que coger un tema (si
no se os ocurre ninguno original podéis utilizar los test amorosos, los de que
cierran cuentas,….). Nosotros cogeremos uno que diga que el objetivo de Microsoft
es conquistar el Mundo con nuestra ayuda(ya que muchos de nosotros los apoyamos
con su sistema operativo…) y para evitarlo tenemos que enviar mensajes a todos
nuestros contactos para que Microsoft
2. Tenéis que informaros acerca de quienes
son los directivos de Microsoft o de la empresa de la que habléis.
3. (Opcional)Decidle a un hermano/a o
primo/a de menos de 5 años (REQUISITO CASI IMPRESCINDIBLE) que os haga una
firma debajo de cada uno de los nombres de directivos (para hacerlo más serio).
4. Mandadlo a todos vuestros contactos desde
el mayor número de cuentas que podáis.
Imaginad que lo mandáis a 50
personas, y de esas personas hay 5 que pican y lo reenvían a otras 50 personas
de las cuales vuelven a picar otras 5… y así sucesivamente. Os puedo asegurar
que llegado el momento todos nuestros correos se empezarían a petar (si tiene
éxito, claro) y cuando menos el caos mundial se adueñaría de la civilización en
la que vivimos.
Y hasta aquí el curso de
cómo crear una leyenda urbana en 4 pasos. Como véis es fácil, sencillo y puede
fastidiar a muchísimas personas
Novela
Es muy importante definir a
los personajes que vas a utilizar como protagonistas de tu novela; debes
crearlos con tanto detalle como sea posible, con características físicas y
emociones. Te puede ayudar buscar fotografías de alguna persona que se parezca
a tu personaje, busca en tu historia y en la de otras personas un personaje que
se acople bien con las características de tu novela.
Luego puedes añadir las
acciones de cada personaje en los resúmenes de la novela, y probar si la línea
argumental todavía funciona. Una vez descrito el escenario en donde quieres que
se reproduzca tu historia, estás listo para empezar a rellenar los detalles de
la novela. Solo tienes que divertir escribiendo y contar con un poco de
disciplina para dedicarle tiempo a escribir todos los días.
No importa si tienes errores
ortográficos y algunas fallas en los detalles técnicos; al final podrás repasar
la historia y acomodar los detalles. La idea es no perder el impulso y volverse
creativo para incluir muchos detalles y una buena línea argumental.
Fabula
Como dice el maestro Diego
Gonzales en su libro Dirección del aprendizaje, que "el cuento es la sal
de vida en los primeros grados y que la Educación Inicial es la etapa del
cuento", podemos añadir que la fábula es la golosina de los estudiantes,
gracias a ciertas características que posee.
Esas características
convierten a la fábula en un instrumento ideal para incentivar la lectura en
los niños de nuestro tiempo. Ellos, desde muy pequeños, están inmersos en un
mundo visual de dibujos animados y de breves mensajes lingüísticos. Sacarlos a
empellones de ese entorno es casi imposible; en cambio la fábula puede
introducirse en ese mundo infantil y desde allí guiar a los futuros lectores
por el largo camino de la lectura.
La fábula se ciñe
estrictamente a dos elementos que son: su brevedad narrativa y su conclusión en
una sentencia o moraleja. Además, el uso de animales y objetos humanizados, como
personajes participantes, le da un tono alegórico a la historia. A diferencia
de otras composiciones literarias que también tienen fines de adoctrinamiento
cultural, moral o religioso, como los mitos, leyendas, poemas épicos,
parábolas, cuentos maravillosos, etc., la fábula se circunscribe directamente a
la interrelación entre los seres humanos dentro de una sociedad; esta
característica hace que la fábula sea siempre actual por los valores
universales y atemporales que transmite.
Utilizar las fábulas como
medio de enseñanza didáctica y moral es una práctica usual en casi todas las
culturas de nuestro planeta. Se cree que los primeros cultores fueron los
pueblos orientales y siglos después florecieron en Grecia y Roma. Más tarde, se
extendió a otros países hasta universalizarse.
Fabula Samaniego Es
sorprendente la actualidad que tienen las fábulas antiquísimas de Esopo (600
años a.C.), esclavo negro que vivió en Grecia; las de La Fontaine, quien elevó
a las fábulas a un nivel artístico y Samaniego, quien se preocupó por pulir la
memoria literaria de sus contemporáneos con sus fábulas en el siglo XVIII.
Mito
Es una tarea difícil definir
al mito, pues implica encerrar dentro de ciertos límites lo que constituyó una
realidad y forma de vida de seres humanos de épocas antiquísimas. Se convierte
en una labor complicada considerando primero que, nuestra concepción del mundo
y manera de conducirnos cotidianamente descansa en la percepción visual y no
oral; segundo, el mito actualmente lo entendemos más como una historia ficticia
ajena a nosotros que como un fundamento de nuestro existir. Éstos son dos de
los obstáculos que hacen que lo que determinemos como mito necesariamente deba
reconocerse bajo sólo una visión reservada de todo lo que implica una "definición"
de mito. El mito puede ser entendido como "la narración de un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los comienzos… el mito cuenta cómo gracias a las hazañas de los Seres Sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia, sea ésta la realidad total, el Cosmos, o solamente un fragmento: una isla, una especie vegetal, un comportamiento humano, una institución. Es, pues, siempre el relato de una creación: se narra cómo algo ha sido producido, ha comenzado a ser."
Dentro de la mentalidad y concepción mítica, la participación de lo Sobrenatural en el Mundo es fundamental para el hombre de esta época, el hombre vive y es hombre -con todo lo que implica ser humano- gracias a las acciones de seres sobrenaturales, prueba de ello es que el hombre existe; las acciones de lo sagrado sobre la muerte son también "reales" ¿o acaso no es real el que todos morimos?, las comunidades arcaicas dirigían su existencia en base a los modelos establecidos por el mito no sólo dentro de un nivel espiritual sino también en un escalón aterrizado a la realidad de las actividades humanas más elementales como el caso de la alimentación. Para este tipo de sociedades el mito era intrínseco a su vida y a su mentalidad, ésta no poseía naturaleza externa e independiente respecto a su proceder, por el contrario, así como el individuo era consecuencia o resultado de causas sagradas, así debía seguir dentro del patrón conductual revelado por el mito.
Actualmente las decisiones tomadas por cada uno de nosotros, diríamos que llevan la influencia de causas determinadas y una serie de circunstancias, sin embargo, lo decidido es propio de nuestra elección, hasta cierto punto somos independientes de patrones establecidos, es decir, nuestra resolución tiene la posibilidad de emanciparse de ellos. El caso de las sociedades míticas es radicalmente distinto, nos atreveríamos a decir que el individuo al decidir conforme lo establece el relato mítico, pierde su libertad e independencia, pierde apertura a una extensión de posibles explicaciones o visiones del mundo, sólo concibe una como válida, la mítica, la sagrada, la sobrenatural, aquella que lo creó, el hombre es parte de ella y se debe por entero a ella. El mito se convierte en el lazo que une a los creadores -los seres sobrenaturales- con sus creaciones -o consecuencias.
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